El árbol de la vida como inspiración fotográfica y videográfica

El cine nació como entretenimiento. Al más puro estilo Hollywood, las películas que suelen aparecer en los listados de inspiración cinematográfica atienden a un estereotipo marcado por la grandilocuencia de las historias, de la existencia de un héroe en un cuento épico. Son las cintas que atraen al gran público, son las que llenan las salas.

 

Pero hay veces que nos visten el envoltorio con protagonistas que ganan millones e historias que a priori parecen ser como todas las demás hasta que, de pronto, nuestro desconcierto entra en escena. “El árbol de la vida” es ese soplo de aire fresco a nivel visual que todos buscamos. Desde el minuto uno ¿la historia? pasa a un segundo estrato para hipnotizarnos plano a plano con imágenes que nos hacen babear como niños pequeños ante un helado de fresa y chocolate.

 

 

Las secuencias, tan livianas como en ocasiones es el baile de la cámara, se suceden a un ritmo propiciado para enganchar nuestra mirada por el gran trabajo de montaje. Tanto el director de la película Terrence Malick, como el director de fotografía Emmanuel Lubezki hacen que no queramos apartar los ojos de la pantalla. Y es que cualquier pestañeo puede hacer que nos perdamos alguno de sus preciosos fotogramas.

 

Lo que nos aporta como inspiración fotográfica y videográfica

 

Esta cinta es inspiración pura para un fotógrafo. Recuerdo su visionado como un deleite sensorial a nivel visual, auditivo y de piel. De piel por todo aquello que consigue transmitir a través de una secuencia de imágenes en formato vídeo que nos hacen querer coger la cámara y ponernos a practicar al instante.

 

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La belleza con la que la cámara se acerca a los personajes es tan íntima, que puede extrapolarse a nuestros reportajes de boda o a la fotografía de familia y de niños. Visualmente es una llamada constante a nuestra inteligencia fotográfica. Nos regala momentos muy emotivos a la vez que nos saca de nuestro guión de cómo deben hacerse fotografías para seguir desconcertándonos con planos imposibles.

 

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Así lo hace con la incursión de picados y contrapicados que nos recuerdan a fotógrafas como Berenice Abbott o Margaret Bourke-White, o incluso a otra de las grandes películas del cine como es Ciudadano Kane. Nos marea con planos de sombras reflejadas en el asfalto y nos hace enloquecer con el color del atardecer y con esa luz del sol que traspasa las copas de los árboles.

 

En definitiva es un film excepcional que recoge esa manera de hacer cine de Terrence Malick, pero que sobre todo nos engancha a la fotografía de un Emmanuel Lubezki, que en esto de transmitir visualmente ya lo había conseguido anteriormente con secuencias memorables de films como “Un paseo por las nubes”, “Como agua para chocolate” o “Grandes esperanzas”. Absolutamente recomendable.

 

Por Gema S. Nájera

Fotogramas extraídos de la película.

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